Un barrio de casas bajas, donde los parlantes del equipo de música superaban, literalmente, los techos de los ranchos. Los gigantes hacían temblar a las viviendas cercanas. Los Palmeras, Alcides, Miguel "conejito" Alejandro, Los Mirlos y Siete Lunas, pasando también por Los Avelinos y Las Minifaldas, le daban fiesta a la zona después del partido barrial, que encontraba a los protagonistas con ropa de fagina, recién salidos de sus trabajos.
Tampoco dejaban de lado al talento local: Gladys "la bomba tucumana", ni al coprovinciano Ricky Maravilla. El cuarteto también sonaba de la mano del "mostro" Sebastián, Trulala, Chebere, Orly, la "mona" Giménez y la familia Marzano-Gelfo y su Cuarteto Leo.
Aunque no hacían falta grandes fiestas, el barrio era el barrio y donde entraba uno, entraban muchos más. Siempre había un motivo para festejar y empezaban a circular los cajones de cerveza y las sangrías hechas con gaseosa Crush en grandes ollas locreras. Oscurecía y a la gente se le daba por escuchar música en inglés y qué mejor banda que Los Beatles, sin siquiera entender que "A Hard Day's Night" en su primer párrafo describía su rutina.
El día domingo nos desayunaba, a los más chicos, con "Al despertar" de Rayito Colombiano. Para ese momento, los kioskos ya eran grandes farmacias donde cada familia había comprado los medicamentos necesarios para seguirla durante todo el día. El almuerzo tenía una larga sobremesa.
Ya en la tarde del séptimo día, mientras pateabamos la redonda en algún sitio baldío, haciendo continuamente pausas para subastecer de tetras a los más grandes, se escuchaba a Palito Ortega, a Camilo Sesto, a Los Pasteles Verdes, a Leo Dan y "el baile del ladrillo" de Violeta Rivas. La música hacía que el domingo sea domingo. Por otra parte, era infaltable el sonido de una que otra radio con Boca visitando al siempre peligroso Central en Arroyito.
Años después las cosas cambiaron y las esquinas se empezaron a llenar de olor a amoníaco, junto a la propaganda tumbera de Los Pibes Chorros, Damas Gratis y Cachumba. Las bases no fueron sólidas y los muchachos que iban al piso conmigo terminaron en Villa Urquiza.
Hoy se sigue escuchando casi la misma música, excepto los días de cumpleaños infantiles, pero las sirenas de policías y los tiros le dan otro matiz a un barrio que, quizas sin saberlo, es netamente dependiente de las melodías.