Y allí estaba él, rodeado de pánico. Respirando de forma cada vez más acelerada, buscando alguna salida milagrosa, de esas que sólo aparecen en la ficción y en la realidad salen a jugar de vez en cuando.
La escena se hacía eterna. Atrapado sin poder moverse, con los ojos llenos de miedo y reteniendo la última imagen que quedaría en su perpetuidad.
La vida lo había llevado por distintos senderos. Había fastidiado con su luminosidad y había pasado desapercibido en las penumbras. Nunca imaginó que tal vez por un simple descuido su historia estaba en manos de un anónimo.
Del otro lado, todo pasaba más rápido. Se podía percatar la desesperación, sentir el calor de la agonía y admitir el final como la manera más tolerante de satisfacer el grito de auxilio de la víctima. Había llegado el momento, tenía que hacerlo. En un segundo,un diminuto movimiento puede cambiar el destino de una persona, de miles.
Bastó empujar la pelota sobre la línea para que todo termine.
Los 90
Hace 2 años.