No se puede hacer sugerencias a quien conduce un vehículo sobre su manera de hacerlo. No se puede. No hay lugar para pedir que se baje la velocidad, que se tenga cuidado con cierto ciclista, que se considere al peatón, que mire hacia adelante… no se puede dar indicación alguna al que maneja un auto…
¿Y por qué no se puede? Porque así lo dice el despotismo del dueño/a del vehículo.
Mi incertidumbre viene a estar dada desde el momento en que el que conduce, además del volante, tiene en sus manos el destino de las vidas que comparten ese mismo espacio móvil.
Hay incluso, a veces, ciertas cuestiones que refuerzan mis críticas hacia quien está poniendo la diestra en el acelerador, como el bocinazo del transporte escolar que viene atrás, la cara de furia de la doña que está cruzando la calle, la vuelta de cabeza al estilo “El exorcista” con expresión de asombro de la gente que peatona por la vereda en contramano a nuestro rumbo, el sonido escalofriante que hacen las llantas al dejar sus huellas en el asfalto en una frenada repentina, y por último, la estrategia que tiene el/a conductor/a mismo/a de culparme a mí y a mis quejas de todo lo sucedido anteriormente. Es así que no se puede dar indicación alguna a quien maneja un auto…no se puede.
Es como si tener el volante en las manos produjese cierta megalomanía extrema, tan ilusoria como creer que comiéndose los 24 tomos de una enciclopedia universal, en el sentido literal del acto, se puede llegar a la sabiduría absoluta.
En fin, abro la lucha contra el poder totalitario que pretenden aquellos que poseen y ejecutan algún medio de transporte privado y, mientras tanto, me muevo en colectivo, que sí se interesa por mi opinión y me pregunta desde el posterior del aparatejo: “¿Cómo conduzco? Llame al 0800-bus”.
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