Todos conocían al borracho Alberto, "Bosi" para los amigos. Un tipo que tuvo una vida cómoda, vivió siempre del dinero de su padre, don "Tito", un jubilado de la Policía, de quien también heredó su casa. Cuando el anciano falleció, Alberto tuvo que salir a trabajar en la construcción. A los 40 años agarraba por primera vez una pala.
Pero un poco antes de empezar su aventura laboral, vendió cuanto objeto material tuvo encima para seguir con su rutina alcohólica: los cables de la luz (por el cobre), las cañerías de su casa, un equipo de música gigante, la heladera, la cocina, entre otros. Nunca se le dio por delinquir.
Era un ser muy solitario, nunca le conocí una pareja. Su único amor, del que soy testigo, era Atlético. También las malas lenguas dicen que tenía una relación fogosa con su perra. En muchas oportunidades lo vi abrazándola apasionadamente.
Tomaba dos cervezas y su estado cambiaba totalmente. Sentado siempre en la vereda de su casa le invitaba una rubia caliente a todos los que pasaban por ahí. Nunca fue violento, era muy inocente. Los vecinos se reían porque cuando estaba ebrio gritaba su frase más popular: "qué saludás, puto".
La última vez que lo vi fue el viernes, cuando se dirigía lentamente a Camboriú, un lugarcito en la zona del bajo. Anoche lo encontraron boca arriba, ahogado con su vómito. El barrio se quedó sin su personaje más pintoresco.